El último enemigo cayó y Genis podía finalmente recuperar su
respiración. La batalla había sido larga y exigente. Pese a no sentirlo, sabía que
sus músculos debían estar al borde del agotamiento. El guerrero se reunió con
sus compañeros con una sonrisa. Ninguno parecía estar gravemente herido aunque
si estaban cubiertos de rasguños y cortes.
Tras asegurarse de que no quedaba ningún enemigo, el grupo
se dirigió a casa en silencio.
Al llegar, Genis se dirigió directo a su habitación,
quitándose la armadura cubierta de sangre durante el camino. El guerrero se
sentó delante del espejo de su habitación, completamente desnudo y empezó su
rutina diaria, revisando cada parte de
su cuerpo, cada milímetro de piel, incluyendo los ojos, para asegurarse de no
tener ninguna herida que necesite tratamiento.
Como guerrero, no ser capaz de sentir dolor es una gran
ventaja, pues puedes seguir luchando sin importar cuantas heridas recibas, pero
era muy cansado, pues siempre estaba la posibilidad de morir, pues su cuerpo
nunca lo avisará cuando este cerca de hacerlo
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