domingo, 18 de marzo de 2018

Karen



Capítulo 1: El comienzo


- No me puedo creer que ya hayan pasado tres años desde que todo empezó - susurró Karen mientras terminada de comer, recuerdos de su pasado apareciendo en su mente.
Tres hermanos sentados en la habitación que comparten. Una habitación bastante grande si no fuese por las tres camas que ocupaban la mayor parte del espacio- La hermana pequeña estaba sentada en su cama leyendo un libro, el espacio delimitado como suyo desordenado, con juguetes tirados por el suelo y libros apilados sobre su escritorio de cualquier forma, en montones que daban la sensación de que podían caerse en cualquier momento y que extrañamente no lo hacían aun cuando la pequeña agarraba alguno de los libros de la parte de abajo. La hermana pequeña había cumplido diez años hacía unos meses, pese a su corta edad había le encantaban leer libros de historia, siendo su principal pasatiempo junto a jugar con sus hermanos.
La hermana mediana había sustituido su escritorio por un sillón reclinable donde podían llegar a caber dos personas cómodamente. Allí es donde estaba ella sentada en el momento, el sillón ligeramente reclinado y ella situada de lado, la espalda medio apoyada en el respaldo medio en el reposabrazos, los pies descalzos sobre el sillón, piernas cruzadas y un libro apoyado sobre estas. La mediana estaba escribiendo cosas en el libro, corrigiendo datos que sabía que eran incorrectos y subrayando los que no sabía con certeza si lo eran. Su lado de la habitación estaba lleno de libros amontonados con cuidado o puestos en estanterías. La hermana mediana había cumplido diecinueve ese año, desde que aprendió a leer su pasión habían sido los libros de hechizos, le gustaba aprender nueva magia, aprender los diferentes efectos de las plantas en hechizos y pociones y sobre todo le gustaba experimentar con los nuevos hechizos que aprendía para ver que más podían hacer. Con el tiempo la mediana había ido acumulando un conocimiento y una experiencia con la magia de la que muchos hechiceros considerados sabios estarían celosos.
El hermano mayor estaba sentado en su escritorio, la lampara encendida, proyectando una potente luz que iluminaba prácticamente toda la habitación. Su parte de la habitación era la más extraña de todas, cajas con gemas, piedras, joyas e instrumentos para crearlas estaban repartidas por todos lados sin orden aparente, algunas piedras más grandes descansaban en el suelo esperando a ser usadas en algún momento, en su cama y en las paredes estaban los diseños de las diferentes joyas que había creado o que iba a crear. El hermano mayor con veintiún años había descubierto su pasión por las joyas bastante joven, cuando un día con su madre pasaron por delante de una joyería, ese día él decidió que también quería crear cosas tan hermosas. Desde entonces ha pasado casi todo su tiempo en aprender cómo hacerlas y en mejorar, aun así, siempre ha tenido tiempo para sus hermanas, dejando lo que tuviese entre manos para pasar tiempo con ellas.
Karen suspiró con nostalgia, los recuerdos del tiempo que pasó con sus hermanos siempre provocaban ese sentimiento en ella.
- Debería ir a visitarlos - la camarera apareció para preguntarles si habían terminado y que querían de postre, tras pedir un café Karen se puso cómoda, dispuesta a perderse en sus pensamientos una vez más.
- Me pediste que te ayudase en este loco plan tuyo, pero nunca me contaste como empezó todo - dijo su acompañante, un hombre de aspecto peligroso y sonrisa burlona que se había mantenido callado durante la última hora.
- ¿Nunca lo hice? - preguntó alzando las cejas, sorprendida.
- Nope, pero no es tarde para empezar querida.
Karen rio un poco, apoyando los brazos en la mesa y la cabeza sobre una de sus manos.
- Todo empezó cuando...
El sol se escondía tras los árboles que rodeaban la aldea haciendo que las calles se oscureciesen poco a poco, los tres hermanos habían pasado las últimas horas en su habitación, absortos en sus pasatiempos.
- ¿Sabíais que los de ciudad tienen una norma a la que le llaman ley por la que solo pueden aprender magia aprobada por el gobierno? - una vez más la voz de la pequeña rompía el silencio al mencionar algún dato del libro al que le había puesto sus manos recientemente - ¿Qué es el gobierno?
- Son como los líderes de nuestra aldea, pero con más poder sobre las personas- explicó la mediana sin apartar la vista del libro que estaba leyendo.
- ¿Por qué iba nadie a dejar que controlasen la magia que aprenden? - preguntó la pequeña mirando a sus hermanos confusa.
- Eso tendrás que preguntárselo a alguien de la ciudad- contestó el mayor.
- Pero mamá dice que soy demasiado pequeña para ir a la ciudad – se quejó la pequeña hinchando los mofletes y cruzándose de brazos.
Antes de que ninguno de los tres hermanos tuviese la oportunidad de hablar una vez más su madre los llamó.
- ¡Niles, Karen, Mae! Vuestra tía ha vuelto de la ciudad, id a ver si os ha traído lo que le pedisteis y dadle las gracias por ir a buscarlo.
Los tres hermanos saltaron de sus asientos, dejando las cosas tiradas de cualquier manera y salieron de su habitación corriendo, su conversación olvidada por completo.
Sin perder velocidad salieron de la casa pasando al lado de su madre dándole las gracias por avisarlos, Karen olvidándose completamente de ponerse unos zapatos. Sus vecinos y amigos también habían salido a la calle. Durante años habían hecho lo mismo, cada cierto tiempo un grupo pequeño de personas salían de la aldea e iban a visitar la ciudad más cercana para informarse de lo que estaba pasando fuera de la aldea y comprar cosas necesarias para los demás, para conseguir algo debías pedírselo a alguien del grupo antes de partir y darles algo para vender.
Los tres hermanos localizaron a su tía y se colaron entre la gente para poder acercarse. Su tía estaba dándole un juguete a uno de los niños de la aldea el cual se marchó corriendo tras dar las gracias, ilusionado por poder empezar a jugar.
- Aquí estáis - dijo su tía al darse cuenta de su presencia - Niles, tengo grandes noticias, las joyas que nos diste se vendieron a un precio mucho mayor del que esperábamos.
- ¡¿Enserio?! – preguntó el chico emocionado.
- Si, el joyero al que se las vendimos nos dijo que eran de excelente calidad y nos preguntó si era posible que le vendiésemos algunas más.
El muchacho prácticamente temblaba de la emoción, sintiéndose tremendamente orgulloso de su trabajo.
- Por supuesto que es posible, aun tengo bastantes que se podrían vender y tengo planes para algunas más.
Las dos hermanas rieron ante la emoción de su hermano, haciéndoles gracia la reacción de su hermano, pero, al mismo tiempo se sentían orgullosas pues su hermano se había esforzado mucho para crear esas joyas. A continuación la atención fue dirigida hacia Karen. Su tía le entregó dos libros de gran tamaño y de aspecto antiguo.
- Intentamos buscar algún tomo que no estuviese modificado por el gobierno o que no tuvieses en tu posesión y esos fueron los únicos que encontramos  explicó su tía – estaban en una tienda de antigüedades, el propietario no se había preocupado por mirar en su interior y los vendía como una reliquia de no-se-que familia, eran un poco caros pero gracias a las joyas de tu hermano no tuvimos problemas en comprarlos.
- Son perfectos – dijo Karen, ojos brillando de la emoción mientras acariciaba la cubierta de cuero de uno de los tomos con delicadeza.
- ¿Y yo?, ¿Y yo?, ¿Qué has traído para mi? – interrumpió Mae saltando de la impaciencia.
Su tía sacó unos libros, entregándoselos a Niles; y unos juguetes, dándoselos a Mae para que los viese.
-Los libros de historia, flora y fauna que nos pediste y los juguetes son un regalo de mi parte.
Mae abrazó a su tía, dándole las gracias una y otra vez para luego salir corriendo en dirección a la casa saltando, dando vueltas y riendo de la emoción y las ganas de jugar. Los tres rieron, mirando con cariño como Mae entraba en la casa. Tras darle las gracias y despedirse, Karen y Niles, también se dirigieron a la casa.
Cuando entraron en la casa Mae estaba cerrando la puerta de su habitación, su madre estaba preparando la cena y su padre aun no había vuelto. Los dos hermanos se dirigieron a su habitación, saludando a su madre al pasar por delante y cerrando la puerta al entrar. Mae estaba sentada en el suelo, jugando con sus nuevos juguetes. Niles pasó entre los juguetes tirados por el suelo no tropezándose por los pelos y dejando los libros en el montón más pequeño, temiendo romper el delicado equilibrio en el que se encontraban en los otros montones. Karen por su parte se sentó en su sillón de un salto, dejando uno de los libros a su lado y abriendo el otro sobre sus piernas cruzadas. Agarrando una libreta y un bolígrafo que siempre tenía a mano empezó a leer.
No tardaron en ir a cenar, su padre ya había vuelto. Durante la cena cada uno contó sobre su día, su padre contó sobre como había ido la caza, su madre  sobre como iban las cosechas, Mae sobre lo que había aprendido en el libro que estaba leyendo y sobre lo contenta que estaba con los nuevos juguetes, Karen contó sobre los nuevos hechizos que había aprendido y como planeaba modificarlos para ver como cambiaban sus efectos, y finalmente, Niles contó sobre la joya que estaba creando y sobre los planes que tenía para las próximas.
Una vez tanto la cena como la conversación estuvieron terminadas los tres hermanos se retiraron a su habitación. Mae fue la primera en quedarse dormida. La luna brillaba alta en el cielo, Mae se esforzaba en mantener los ojos abiertos para poder terminar el capítulo pero el cansancio pudo más que ella, quedándose dormida con el libro en las manos. Karen, al ver que finalmente se había dormido se acercó con cuidado de no hacer ruido, agarró el libro, dejándolo en el suelo y movió a su hermana para que descansase cómodamente sobre el cojín, tapándola con las sabanas.
El segundo en quedarse dormido fue Niles. Karen vio como, después de terminar la joya en la que estaba trabajando, se dirigía a su cama con los ojos medio cerrados y se desplomaba sobre esta, quedándose dormido al instante. Con un suspiro Karen se levantó para cubrirlo a él también con las sabanas. No pudo evitar la sonrisa llena de cariño que se dibujó en su rostro.
Con un bostezo Karen decidió que ella también se iría a dormir pero antes de hacerlo se dirigió a la cocina para beber un poco. Se sorprendió al ver la luz de la habitación de sus padres encendida, ellos nunca se quedaban despiertos hasta tan tarde, normalmente se iban a dormir después de cenar porque se despertaban al amanecer. Curiosa se acercó a la habitación, pegándose a la pared.
- Estoy preocupada por la cosecha - susurró su madre, su voz lo suficientemente alta para que la entendiese si le prestaba atención - no está creciendo como toca y algunas verduras están muriendo, a este paso no habrá suficiente para pasar el invierno.
- La caza tampoco está yendo bien, parece como si los animales hubiesen huido, no solo eso, muchos de los animales de granja han desaparecido sin dejar rastro.
- He oído de Rebeca que uno de los monstruos del bosque fue el que atacó a los animales de granja.
- Algo debe haber pasado si han decidido atacarnos, ellos no se suelen comportar así.
- Espero que no sea nada grave.
Karen decidió alejarse en ese momento, antes de que la escuchasen, su mente se había quedado en blanco, sus padres estaban hablando de que probablemente no tendrían suficiente comida para pasar el invierno, o ¿era su mente la que se lo había imaginado?. Se dirigió hacía su habitación olvidándose por completo que había salido para beber, una vez dentro cerró con cuidado la puerta y se dirigió a su cama esquivando los obstáculos del suelo. Se tumbó tapándose con las sabanas y cerró los ojos “Por favor que no sea verdad lo que he escuchado” fue lo último que pensó antes de quedarse dormida.
Al amanecer su padre entró en la habitación, avisándolos de que es desayuno ya estaba hecho y que ellos se marcharían pronto. Mae se levantó al tiempo que su padre los despertó, saliendo de la habitación junto a él. La segunda en levantarse fue Karen, asegurándose de que Niles seguía despierto antes de arrastrarse fuera de la habitación con los ojos medio cerrados. Niles se levantó cuando ya casi habían terminado todos de desayunar, sus padres estaban preparándose para marcharse mientras Mae y Karen terminaban. Niles se sentó a la mesa bostezando, luchando por mantener los ojos abiertos.
- ¿Cómo podéis estar tan despiertas a estas horas de la mañana? – le preguntó a sus hermanas empezando a desayunar.
- Porque al contrario que tu, nosotras hemos dormido las horas necesarias para que nuestro cuerpo descanse – respondió Karen con una sonrisa.
- ¡Pero si cuando yo me fui a dormir tu aun estabas despierta!
- ¿Y? No he dicho que haya dormido más horas que tu, he dicho que he descansado las horas suficientes.
- No empecéis a discutir nada más despertaros - los interrumpió su madre cruzando los brazos sobre su pecho.
- Ha empezado él/ella- dijeron los dos hermanos señalándose el uno al otro.
Los dos se miraron por unos segundos, con movimientos casi sincronizados empezaron a reír. Su madre sonrió, dejando caer sus brazos.
- Nosotros nos vamos ya - dijo con voz dulce – comportaos.
- Sí madre – dijeron los tres hermanos al mismo tiempo.
Sus padres salieron de la casa, despidiéndose de cada uno de los hermanos con un beso en la frente y un abrazo. Los hermanos se quedaron en la cocina, esperando a que Niles terminase de desayunar.
- ¿Qué teníamos que hacer hoy? - preguntó Mae apoyando la cabeza en la mesa.
- Teníamos que terminar no-se-que trabajo para clase - respondió Karen inclinándose sobre las patas traseras de la silla y apoyando la rodilla en el borde de la mesa para no caerse.
- ¿Te refieres al de pociones? - preguntó Niles terminando su desayuno.
- Sí, ese.
- ¿No es el que tenemos que entregar mañana? - preguntó Mae levantando la cabeza de la mesa.
Los tres hermanos se miraron durante unos segundos mientras sus mentes unían los puntos.
- Mierda - susurró Karen dejando caer las patas delanteras al suelo.
Los tres salieron corriendo de la cocina y entraron en su habitación buscando entre todas sus cosas los libros de clase. Una vez encontrados vaciaron la mesa de Niles y dejaron los libros. Él y Mae se sentaron en sus sillas mientras Karen se sentó en una esquina de la mesa.
- Decidme que os acordáis de lo que tenemos que hacer para el trabajo – dijo Karen mirando a sus hermanos.
Los dos asintieron y Karen suspiró aliviada. Con eso los tres se pusieron a trabajar.
Después de la primera hora de ponerse a trabajar Mae decidió que era demasiado aburrido y prefirió ponerse a jugar. Karen y Niles, sabiendo que era inútil tratar de que continuase con algo que consideraba aburrido, la dejaron jugar mientras ellos continuaban. Aprovechando que Mae se había puesto a jugar Karen se sentó en su silla.
Otra hora pasó y el trabajo ya empezaba a tomar forma, necesitarían un poco más de tiempo para terminarlo por completo, pero habían avanzado a gran velocidad gracias a los conocimientos de Karen y a la memoria de Mae, quien repetía las palabras de los profesores como una grabadora. Decidieron tomar un pequeño descanso y terminarlo más tarde. Un grito rompió la pacífica atmosfera de la habitación.
Se miraron entre ellos, confusos, era extraño oír a alguien gritar en la aldea y normalmente eran niños que no querían hacer lo que sus padres le pedían. Salieron de la habitación en dirección a la puerta de la entrada, preocupados por lo que podría estar pasando.
Sus padres entraron abriendo la puerta de golpe, los tres hermanos estaban sorprendidos por su repentina aparición. Sus expresiones cambiaron de sorpresa a confusión una vez más, músculos tensándose al ver el miedo y la preocupación que reflejaban los rostros de sus padres.
- ¿Qué ha pasado? - preguntó Niles en un susurro, casi sin atreverse a hablar.
-No hay tiempo para explicaciones - dijo su padre dirigiéndose a su habitación.
- Recoged vuestras cosas y guardadlas en una mochila - dijo su madre acercándose a ellos – agarrad solo lo más importante, algo de ropa y vuestras cosas favoritas, aseguraos de que la mochila no pese más de lo que podéis llevar.
- Pero mamá... - empezó Mae confusa.
- Tenéis que daros prisa, os lo explicaremos después.
Los tres hermanos no pudieron discutir ante el tono serio de su madre, asintiendo volvieron a sus habitaciones. Dándose prisa como les habían pedido, los hermanos vaciaron sus mochilas de clase y empezaron a escoger que iban a llevarse. Primero decidieron la ropa, abriendo el armario donde guardaban toda la ropa los hermanos agarraron una chaqueta cada uno, un par de camisetas y pantalones y algo de ropa interior. Una vez la ropa estaba lista empezaron a escoger entre sus cosas.
Mae guardó en su mochila uno de los libros que le había traído su tía el día anterior y los juguetes con los que más jugaba. Niles guardó las joyas que ya tenía hechas por si en algún momento necesitaban el dinero, la libreta con sus ideas más recientes, las herramientas que más usaba y algunos materiales, antes de cerrarla se aseguró que no pesaba demasiado. Karen tuvo que decidir entre todos los libros de hechizos amontonados en su habitación, decidiéndose finalmente por el único que no había empezado, sintiéndose triste por perder todas las notas que había ido apuntando en los demás. A continuación, revisó entre las libretas donde había apuntado los hechizos modificados para ver cuales prefería llevarse. Más gritos se podían oír desde las calles de la aldea, voces incomprensibles que se mezclaban con otras. Se dio prisa en terminar de recoger, eligiendo las que tenían los hechizos de invocación. Karen fue la que más tardo en recoger y sus hermanos la estaban esperando en la puerta de la habitación.
Al salir de la habitación sus padres ya los esperaban, cada uno llevando su propia mochila. Su madre los apresuró en irse, siendo ella la primera en cruzar la puerta, después salieron los hermanos y por último el padre. Al ver lo que estaba pasando fuera entendieron porque sus padres tenían tanta prisa. Algunas casas de la aldea estaban en llamas, los dueños intentaban apagar el fuego con magia, pero cada vez que intentaban conjurar el hechizo algo los interrumpía, un monstruo invocado por un hechicero oculto en el bosque que saltaba encima de ellos y tenían que esquivarlos o uno de esos hechiceros usaba su propia magia para detener a los aldeanos. No solo habían aparecido monstruos invocados, los del bosque, antes pacíficos, estaban atacando la aldea junto a los hechiceros, destruyendo todo lo que tenían en su camino.
Empezaron a correr, alejándose de la aldea y de todo el caos, algunos de los vecinos, al igual que sus tíos y primos se les unieron. Karen agarró la mano de Mae para asegurarse de que no se quedase atrás mientras se esforzaba en seguir el ritmo de sus padres.
Se adentraron en el bosque, las voces de la aldea escuchándose cada vez más débiles. Nada más cruzar la línea de árboles unos cuantos monstruos los atacaron, llevándose por delante a la mitad del grupo que trataba de escapar. Karen consiguió esquivar al monstruo lanzándose al suelo junto con Mae, protegiéndola con su cuerpo. Otros consiguieron protegerse usando hechizos, pero terminaron heridos a causa de que no les dio tiempo a formular el hechizo completo. Karen ayudó a Mae a levantarse y continuaron corriendo, alcanzando de nuevo al grupo que se había adelantado un poco, sus padres y su hermano en cabeza.
El camino por el interior del bosque se les hizo eterno, podían haber estado unos pocos minutos que igual horas corriendo en el interior del bosque. Durante su camino tuvieron que evitar a más hechiceros que hacían todo lo que estaba en sus manos para detenerlos y monstruos que saltaban sobre ellos de entre los árboles tratando de comérselos, tuvieron que cambiar su ruta de golpe una vez tras otra, girando aquí y allá cuando veían el peligro que se les acercaba o cambiando la dirección de golpe cuando les aparecía un peligro de golpe. Uno tras otro, los miembros del grupo iban cayendo, con cada uno que caía los nervios se hacían más visibles en los miembros restantes, el miedo palpable entre ellos, el silencio solo interrumpido por las respiraciones agitadas, casi frenéticas que parecían detenerse cada vez que se enfrentaban a un peligro.
Finalmente, consiguieron salir del bosque, casi desplomándose cuando por fin pudieron detenerse un segundo a recuperar el aliento, solo Karen y su familia había conseguido salir del bosque, no había ni rastro de los demás. Karen miró atrás, columnas de humo se alzaban al cielo, el aroma de fuego y sangre llenaba el lugar, pero el silencio persistía, un silencio tenso que escondía el secreto de lo que estaba pasando en el interior del bosque, su único testigo el viento y el humo.
- Continuemos – dijo su padre caminando en dirección a la ciudad.
Los demás lo siguieron, sin atreverse a romper el silencio, esperando, deseando poder oír las voces de algún miembro de la aldea, poder saber que alguien más había sobrevivido.
Karen no volvió a mirar atrás.

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